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       Don Julio Márbiz, “patron” de Argentinísima, sabía lo que hacía cuando filmo parte de su película en un lugar como éste.

        Muchos años después, a esta misma hora de la madrugada, yo estaba levantado, pero no en Achiras sino en El Pedregal, en la provincia de Mendoza. Ahí me ganaba la vida hachando álamos. Con la cuadrilla debíamos comenzar la tarea de desmontar y trozar los árboles desde las primeras luces del día, así que, antes de la hora del silencio, iniciábamos un fueguito entre los tocones y la hojarasca, para cimarronear. Hoy, tomo conciencia de que nos levantábamos, encendíamos aquel fuego y mateábamos en el más absoluto silencio; silencio que sólo se rompía por el sonido de una chaira que repasaba el filo de un hacha. Entonces, quien estaba a cargo de la cuadrilla, aprontaba papel y lápiz para anotar el resultado del trozado; cesaban las corridas de insectos y roedores entre la hojarasca húmeda depositada en el suelo, y el suave zumbido del camoatí (avispa productora de miel), en fino crescendo, nos daba la señal etérea, y perfecta de que se iniciaba una nueva jornada. Casi con pena dejaba mi cimarrón enhorquetado en alguna rama y me introducía en esa forestación al pie de montañas inmensas y azules que la helada matinal parecía acercar aún más.

        Y bien, a los pocos meses de aquellos también inolvidables catorce grados bajo cero cordilleranos, pasé a los benignos treinta grados centígrados en los valles de la misma provincia; pero ésta vez trabajando como vendimiador, siempre compartiendo estrecheces con mi mate, así conseguí trabajo en San Martín, nuevos amigos y viejas preocupaciones, hombreando tachos (recipientes de Zinc) donde se cosecha la uva que luego se deposita en carros o camiones) hasta llegar a juntar algo de plata. Solía concluir las jornadas laborales muy cerca de su lugar llamado “El Tropero”; ahí nos bañábamos en una surgente, y era como si el mar nos cayera encima.  Luego, sobre un natural colchón de berros, junto a una acequia, mateaba.  Aquí mi mate y yo, tropero de la vida, dejábamos de ser montaraces. Todo era bullicio y alegría, al lado de un improvisado fogón, entre dos piedras. Risas y voces de amigos se entremezclaban. Cantos de pájaros que buscaban dónde hacer noche. Y el rumor del agua mansa. Hasta la ladera de los Andes participaba devolviendo en música el tintineo de las cadenas de algún carro rezagado. De pronto el mate, que había corrido de mano en mano, se detiene invitando a una vendimiadora que pasa; moza de inquietos ojos brillantes, chapeca  larga y cimbreante cintura…

        Y de aquellos recuerdos de juventud, por supuesto, rescato permanentemente la imagen de mi padre. Es, quizás, la más sentida de mi infancia y parte de mi adolescencia. Lo veo antes del alba, a la “hora del silencio”, mateando bajo la parra , preámbulo de su jornada que, por entonces, era de sol a sol. Rememoro a aquel inmigrante calabrés y montaraz  tomando quedamente sus cimarrones  en la soledad de cada madrugada, durante toda su vida ejemplar. “Algún vicio hay que tener…” decía, y agregaba “…y si es vicio conocido, mejor. Yo tengo éste”, concluía con una ligera sonrisa mientras miraba su calabacita negra, “cimarronera”, que sostenía en sus manos; que de tan sarmentosas, parecía copiar los nudos de la parra que a esa hora lo protegía del rocío. Tan iguales los nudos que los años acumulados en los huesos de sus manos se abultaban tanto como el retorcido tronco de la vid. Solía decir, también, que nunca iba a saber si él había agarrado al “vicio chico” o el mate era quien lo había atrapado. Mi padre murió en 1985. tal vez su espíritu volvió a los olivares de su Italia natal. Si así fuera estoy seguro de que recordará a su hijo y. también, a aquellas mateadas compartidas.

        Siempre, en etapas duras e incipientes, en soledad o con amigos, en los momentos propicios y hoy mismo, en horas de trabajo, o en los instantes reflexivos frente a mi jardín, que me devuelve desde su rectángulo verde una memoria de paisajes que quedó para siempre en mi alma, siempre –como lo dijo- y desde entonces, entibiando el momento, tuve en mi mano un mate.



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Ultima Actualización:25-Ago-2008

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